Mi hermano era un chico alto y su pelo era rizado. Siempre fue demasiado silencioso y retraído. Era diferente a todos los demás chicos que yo había conocido. Tuvo siempre poco interés por las cosas que le rodeaban. Lo único que le importaba era dormir y ver los campeonatos de rugby.
Y yo, soy un trocito de cada uno de ellos dos. Mi frente, al abuelo y el pelo a Ivo, mi hermano. Luego los ojos negros a mamá, heredé la alegría y el entusiasmo y esa plena juventud del abuelo.
De papá pocas cosas nos unían y no me parecía a él en pocas cosas por no decir en nada. Éramos la noche y el día...
Mis antepasados como también los de mi abuelo por supuesto, habían sido de raza negra. Procedíamos del cuerno de África pero aún así yo me sentí siempre más de una vez más española que africana. Mamá y la abuela se habían quedado en Somalia mientras que nosotros habíamos podido o huir de aquel desastre, aquella pobreza que aumentaba cada segundo que pasas allí. Cada dos meses o tres recibíamos noticias de ellas contándonos cosas del país, de la gente que como nosotros habían emigrado también a otros países en busca de algo mejor o de la gente, vecinos, gente conocida que aparecía en cada esquina muerte. No había comida, ni agua suficiente para todos.